El Sabor lo es Todo

Cuando decidí colaborar con Mr. Menú reflexioné mucho sobre lo que quería escribir, al punto que debí atrasar una semana la fecha de entrega. La verdad es que de lo único que quería escribir, y lo que creo que tengo por decir, es algo de lo que me es muy difícil hablar: el sabor. Para mí, sé que para otros no lo es tanto, para mi esposo menos, el sabor es complejo, es complicado, es algo muy especial, algo casi sagrado.

El sabor es en principio la sazón de mi abuelita y mi tía, las figuras maternas que me cuidaron y alimentaron, mientras mi mamá trabaja. El sabor es la sal, algo que nunca podía faltar en sus cocinas. El sabor son esos recuerdos que tengo cuando pruebo un buen caldo de frijoles, un buen pepián o unas tortillas hechas a mano con maíz que se ha llevado al molino ese mismo día. El sabor son los recuerdos de mi hermana comiendo a la par mía, el sabor son los churrascos de mi papa los domingos. El sabor, y en verdad deseo que así sea para muchos, es uno de los vehículos emocionales más poderosos en mi vida. Pero además de ser un vehículo emocional, he descubierto, gracias a las investigaciones que me han permitido ahondar y entender más de sabor en Guatemala y otros países de Centroamérica, que el sabor es un vehículo identitario.

Las cosas simplemente no saben igual en los diferentes países, regiones y comunidades. La identidad es todo eso que nos caracteriza y nos da rasgos que consideramos propios frente a los demás. El sabor nos permite explorar y descubrir quienes somos, nos permite definirnos. El sabor, cómo nuestra identidad, es dinámico, y va cambiando a medida que nosotros cambiamos, reflejando así quienes somos en ese momento. El sabor de Guatemala y Centroamérica no es lo mismo hoy que lo que fue hace 50 años, especialmente cuando hay un grupo de personas que dedican sus vidas a cocinar y promover los sabores locales. Y porque nos refleja, el sabor, como el idioma, es también un vehículo que nos permite expandir nuestros horizontes, conocer, explorar y experimentar nuevas culturas. Hoy vivimos en un mundo en el que es muy fácil saber qué está sucediendo a miles de kilómetros de distancia, un mundo en el que cada vez es más importante conocer a “los otros” y descubrir quiénes son. Esto no se puede hacer solamente a través de la vista y la audición, realmente conocer a “los otros” implica utilizar nuestros sentidos del gusto, el tacto y el olfato. Para realmente conocerlos debemos de probar sus comidas, sentir su sabor. Hoy cada vez más vemos como las marcas de alimentos y los restaurantes en nuestros países exploran los sabores de tierras lejanas, permitiéndonos así escapar a nuevos lugares y conocer el mundo.

Finalmente, el poder del sabor reside no solo en lo que nos brinda como individuos y como grupos, reside en la capacidad que tiene de satisfacer una de las características culturales más importantes de los centroamericanos: la búsqueda de la indulgencia. Ser culturas indulgentes significa en pocas palabras buscar darnos gustos, buscar el disfrute y la satisfacción de nuestros deseos e impulsos. De esta manera, aunque podemos darnos gusto de infinitas formas, muchas veces elegimos el sabor como una forma cotidiana para hacerlo. Es por esto que, en nuestras culturas, el sabor pareciera ser el eje central de los alimentos, siendo muchas veces declarado como lo más importante en lo que comemos, y haciendo que todo lo demás sea por ende complementario.

Hablar de sabor, desde mi perspectiva, es hablar de una fuerza que nos mueve, un elemento que nos une como centroamericanos, pero que al mismo tiempo nos separa, nos distingue y nos define. Sin sabor nada de lo que hagamos en el mundo de los alimentos tiene sentido, porque podemos contar las mejores historias, servir los platos más lindos, tener los mejores empaques, comunicar la mejor publicidad, crear los alimentos más saludables o nutritivos; pero si al final nuestra comida no está “rica”, nada de lo que hayamos hecho habrá valido la pena. Por eso, para mí, el sabor lo es todo.